¿Quién fue Rodolfo Fierro?

Decenas, hasta cientos de personas, cuyos nombres se perdieron entre el polvo de la historia cayeron atravesadas por las sanguinarias balas de Fierro.

Rodolfo Fierro



Gatillero y brazo derecho de Pancho Villa. Fierro fue conocido entre el grupo del centauro del norte como un hombre frío, sin miedo a matar, tanto, que en una ocasión le quitó la vida a 300 prisioneros, uno por uno y a mano propia.

POR ALEJANDRO ROSAS.
Sólo era una apuesta, una ocurrencia más de las tantas que tenía Rodolfo Fierro mientras no se encontraba desafiando las balas o los obús es de la artillería enemiga durante una batalla. Sus hombres escuchaban atentos las palabras del jefe, y su insistencia que rayaba en alcohólica necedad, provocaba las carcajadas de los presentes. Nadie tomaba a broma lo que decía el temible revolucionario por más inverosímil que pareciera: si algo habían aprendido de Fierro es que con él todo era posible.
Fierro había lanzado un reto muy simple: apostó que un hombre herido de muerte caería hacia adelante. Uno de los presentes le tomó la apuesta, el general salió de la cantina tambaleándose, desenfundó su pistola y le disparó a un parroquiano que atravesaba en ese momento. Guardó “la siempre fiel”, y regresó con una amplia sonrisa ganadora a cobrar la apuesta: el cristiano había caído hacia adelante.
Los hombres que rodearon a Pancho Villa durante la revolución mexicana contribuyeron a construir el mito del Centauro del Norte, porque a su vez, se convirtieron en personajes míticos formados bajo una situación extrema, llevados al límite, cercados permanentemente por la violencia. La realidad, cruda y cruel, los convirtió en personajes dignos de la literatura, cuando esa realidad había superado por mucho a la ficción.
Audacia temeraria.

Nacido en El Fuerte, Sinaloa, en 1880, Rodolfo Fierro fue uno de los lugartenientes de mayor confianza de Pancho Villa; su gatillero y brazo ejecutor en el sentido literal del término. Sabía apretar el gatillo por obligación pero lo disfrutaba más cuando disparaba por devoción, por gusto, por placer.
Al estallar la revolución constitucionalista contra Victoriano Huerta, Fierro militaba en las filas de Tomás Urbina, otro de los generales villistas de dudosa honestidad y arrebatos caciquiles. Había sido garrotero y ferrocarrilero, pero sus conocimientos técnicos eran insuficientes para hacerse cargo de la logística de la División del Norte y de su movilización en locomotoras.
A Villa le llamó la atención el valor y la audacia de Fierro. Supo de inmediato, que era un hombre temerario hasta la locura; no temía morir, por eso se le facilitaba matar; era despiadado y su lealtad incuestionable. Fierro conoció a Villa en septiembre de 1913, cuando los jefes militares de las regiones de la Laguna, Durango y Chihuahua se reunieron en la Hacienda de la Loma, en Durango, y votaron para entregarle el mando de la División del Norte a Pancho Villa. Como ocurrió con muchos otros hombres, Fierro cayó seducido ante el carisma de Pancho Villa.
“Lugarteniente cruel y sanguinario de Villa -escribió Luis Aguirre Benavides, secretario particular del Centauro-, Fierro no carecía de cierta cultura; alto, fornido, de buena presencia y simpático en su trato. Era buen compañero y amigo, valiente y resuelto hasta la temeridad en los combates; de todas las confianzas y consideraciones del general Villa, quien siempre le confiaba comisiones en las que se necesitaba valor y pocos o ningunos escrúpulos; era capaz de hacer todo con tal de complacer y dejar contento a su jefe”.
Villa puso a prueba el coraje de Fierro a finales de 1913 en Tierra Blanca. Un convoy con tropas federales intentaba huir a toda velocidad y para evitarlo, Fierro montó su caballo y a todo galope se le emparejó al ferrocarril logrando evitar que las balas enemigas le pegaran; sin detenerse saltó desde su montura, trepó a lo alto de los vagones y avanzó hacia adelante saltando uno tras otro hasta llegar al lado del maquinista a quien le vació la pistola. Acto seguido jaló la palanca de aire y detuvo el tren. Inmediatamente después, el resto de las tropas villistas cayeron encima del ejército huertista.
A partir de ese momento, Fierro accedió al primer círculo de los generales villistas, pero no tuvo mando de tropas durante la revolución constitucionalista. Villa lo tenía a su lado para misiones especiales, las que sólo un desquiciado pudiera cumplir a cabalidad, o bien, para no tener que ensuciarse las manos con la ejecución de sus enemigos.
Era curioso ver la extraña composición social del alto mando de la División del Norte; una combinación de hombres de clase media, preparados, con cierta formación intelectual y con principios políticos firmes y convicciones hechas, como eran los generales Felipe Ángeles, Eugenio Aguirre Benavides o Raúl Madero, compartiendo el mismo espacio, la mesa de Villa, con hombres atrabiliarios, incultos y despiadados como Tomás Urbina y Rodolfo Fierro.
No hubo batalla en la última etapa de la revolución contra Huerta en la que el sanguinario lugarteniente de Villa no estuviera presente. Participó en las tomas de Torreón, San Pedro de las Colonias, Paredón y Zacatecas. Siempre obediente, siempre sumiso, siempre temerario, Fierro era como el cancerbero de Hades que cuidaba el inframundo, con lealtad absoluta y aun a costa de su vida.
Nada lo arredraba, ni siquiera una herida; la sangre parecía detonar con mayor furia su adrenalina. El furor lo poseía y siempre intentaba volver a la batalla. Felipe Ángeles lo describió durante la toma de Zacatecas: “Los heridos heroicos como Rodolfo Fierro andaban chorreando en sangre, y olvidados de su persona, querían seguir colaborando eficazmente en el combate”.
Pero su talento de asesino contrastó con su ineptitud y falta de pericia para la estrategia militar. En 1915, Villa le entregó mando de tropas y Fierro le devolvió varias derrotas que se fueron sumando a la destrucción total de la División del Norte a manos de Álvaro Obregón.
Se solazaba ejecutando prisioneros con sus propias manos. Una de las descripciones más célebres fue escrita por Martín Luis Guzmán en su novela El águila y la serpiente bajo el título “La fiesta de las balas”. Si bien, la matanza de 300 prisioneros, uno por uno, a manos de Fierro -que dispuso de dos pistolas para alternarlas porque se calentaban de tanto disparar-, no está documentada, lo cierto es que entre las tropas villistas era llamado El carnicero.